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GUERRA EN LAS ALTURAS
Articulista Invitado
Renato onsuegra
Cd. de México, México.- Las revelaciones realizadas el pasado sábado por el presidente Felipe Calderón abren paso a probables certezas sobre los ataques hacia funcionarios de su gobierno por parte de grupos del crimen organizado vinculados con la política o de la política, utilizando instrumentos del crimen organizado.
Y no puede ser de otra forma. Los grandes crímenes ocurridos a miembros prominentes y otros no tanto de la clase política, sólo pueden ser crímenes ordenados por la propia clase política, pero ejecutados por delincuentes.
Tal guerra por el poder entre la clase política es precisamente la que tiene al país en un estado de crispación, estancamiento, desasosiego e inmovilidad, que le impide avanzar con la velocidad que sus ciudadanos requieren para forjar un mejor México, porque la pirámide se encuentra dañada y los de abajo no han podido sacudirse el control de los de arriba.
Crímenes políticos siempre hubo en México. De hecho así fue como se trasladaron el poder los generales tras la revolución de 1910, hasta que el Partido Nacional Revolucionario creado por Plutarco Elías Calles tras el asesinato de Álvaro Obregón, propició la institucionalización de la política y se logró la alternancia acordada entre los grupos y caudillos dentro de un partido.
Pero desde que se acrecentó la lucha por el poder en los últimos 25 años y los vínculos de la política y el crimen organizado fueron más visibles, la matanza de personajes de la vida pública ha ido en aumento.
No quiere decir que no los hubiera, pero éstos se ubicaban preponderantemente a niveles regionales, donde son peleados los cacicazgos políticos y económicos que provocan luchas, incluso, entre familiares.
Desde 1988 hubo crímenes impunes, asesinatos destacados como accidentes o justicia aplicada a chivos expiatorios para saldar las muertes de Francisco Javier Ovando Hernández y Román Gil Heráldez, cercanos colaboradores de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988; de Manuel de Jesús Clouthier, quien murió junto con el diputado Javier Calvo Manrique el 1 de octubre de 1989, prensados por trailers cerca de Culiacán.
Del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo el 24 de mayo de 1993, acribillado por una pandilla en el aeropuerto de Guadalajara; del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, asesinado durante su gira proselitista en Lomas Taurinas, Tijuana, el 23 de marzo de 1994; del diputado José Francisco Ruiz Massieu, ultimado en el centro de la ciudad de México el 28 de septiembre de 1994.
Del senador José Ángel Conchello Dávila, quien murió el 4 de agosto de 1998, cuando la camioneta en que viajaba fue embestida por un tráiler en la carretera México-Querétaro; del gobernador de Colima, Gustavo Alberto Vázquez Montes en un accidente de helicóptero el 25 de febrero de 2005; de Ramón Martín Huerta, secretario de Seguridad Pública del gobierno de Vicente Fox, muerto tras la caída del helicóptero donde viajaba el 21 de septiembre de 2005; de Rodolfo Torre Cantú, candidato a gobernador de Tamaulipas asesinado el 28 de junio de 2010.
El presidente Felipe Calderón sufrió la baja de tres de sus más cercanos colaboradores en accidentes aéreos: el Secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño y el secretario técnico para la implementación de las recientes reformas constitucionales en materia de seguridad y justicia penal, José Luis Santiago Vasconcelos, en el avión que cayó en el poniente de la ciudad de México el 4 de noviembre de 2008 y tres años después, el 11 de noviembre de 2011, José Francisco Blake Mora, también Secretario de Gobernación, en otro accidente de helicóptero en Temamatla, estado de México.
El presidente Calderón reveló en marzo de 2007, pocos meses después de haber asumido el Poder Ejecutivo, haber sido víctima de amenazas por emprender la lucha contra el narcotráfico, versión que volvió a recordar durante su fiesta de cumpleaños y fue la nota principal de varios diarios este domingo.
Felipe Calderón le debe a México una explicación de lo que ocurrió durante su sexenio. Del por qué en los meses de la transición de gobierno en 2006, se olvidó de su principal apuesta durante la campaña que fue la promoción del empleo e inició una guerra contra el narcotráfico, una guerra que se libró en las alturas… de la política.
Renato onsuegra
Cd. de México, México.- Las revelaciones realizadas el pasado sábado por el presidente Felipe Calderón abren paso a probables certezas sobre los ataques hacia funcionarios de su gobierno por parte de grupos del crimen organizado vinculados con la política o de la política, utilizando instrumentos del crimen organizado.
Y no puede ser de otra forma. Los grandes crímenes ocurridos a miembros prominentes y otros no tanto de la clase política, sólo pueden ser crímenes ordenados por la propia clase política, pero ejecutados por delincuentes.
Tal guerra por el poder entre la clase política es precisamente la que tiene al país en un estado de crispación, estancamiento, desasosiego e inmovilidad, que le impide avanzar con la velocidad que sus ciudadanos requieren para forjar un mejor México, porque la pirámide se encuentra dañada y los de abajo no han podido sacudirse el control de los de arriba.
Crímenes políticos siempre hubo en México. De hecho así fue como se trasladaron el poder los generales tras la revolución de 1910, hasta que el Partido Nacional Revolucionario creado por Plutarco Elías Calles tras el asesinato de Álvaro Obregón, propició la institucionalización de la política y se logró la alternancia acordada entre los grupos y caudillos dentro de un partido.
Pero desde que se acrecentó la lucha por el poder en los últimos 25 años y los vínculos de la política y el crimen organizado fueron más visibles, la matanza de personajes de la vida pública ha ido en aumento.
No quiere decir que no los hubiera, pero éstos se ubicaban preponderantemente a niveles regionales, donde son peleados los cacicazgos políticos y económicos que provocan luchas, incluso, entre familiares.
Desde 1988 hubo crímenes impunes, asesinatos destacados como accidentes o justicia aplicada a chivos expiatorios para saldar las muertes de Francisco Javier Ovando Hernández y Román Gil Heráldez, cercanos colaboradores de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988; de Manuel de Jesús Clouthier, quien murió junto con el diputado Javier Calvo Manrique el 1 de octubre de 1989, prensados por trailers cerca de Culiacán.
Del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo el 24 de mayo de 1993, acribillado por una pandilla en el aeropuerto de Guadalajara; del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, asesinado durante su gira proselitista en Lomas Taurinas, Tijuana, el 23 de marzo de 1994; del diputado José Francisco Ruiz Massieu, ultimado en el centro de la ciudad de México el 28 de septiembre de 1994.
Del senador José Ángel Conchello Dávila, quien murió el 4 de agosto de 1998, cuando la camioneta en que viajaba fue embestida por un tráiler en la carretera México-Querétaro; del gobernador de Colima, Gustavo Alberto Vázquez Montes en un accidente de helicóptero el 25 de febrero de 2005; de Ramón Martín Huerta, secretario de Seguridad Pública del gobierno de Vicente Fox, muerto tras la caída del helicóptero donde viajaba el 21 de septiembre de 2005; de Rodolfo Torre Cantú, candidato a gobernador de Tamaulipas asesinado el 28 de junio de 2010.
El presidente Felipe Calderón sufrió la baja de tres de sus más cercanos colaboradores en accidentes aéreos: el Secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño y el secretario técnico para la implementación de las recientes reformas constitucionales en materia de seguridad y justicia penal, José Luis Santiago Vasconcelos, en el avión que cayó en el poniente de la ciudad de México el 4 de noviembre de 2008 y tres años después, el 11 de noviembre de 2011, José Francisco Blake Mora, también Secretario de Gobernación, en otro accidente de helicóptero en Temamatla, estado de México.
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Felipe Calderón le debe a México una explicación de lo que ocurrió durante su sexenio. Del por qué en los meses de la transición de gobierno en 2006, se olvidó de su principal apuesta durante la campaña que fue la promoción del empleo e inició una guerra contra el narcotráfico, una guerra que se libró en las alturas… de la política.
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